#ElPerúQueQueremos

LA RISA DE LOS DIOSES_

Cuento redondo

Publicado: 2020-08-23

¿Qué me da, que me he puesto  

en los hombros un huevo en vez de un manto?

César Vallejo. Poemas humanos


Como la luna, mi nombre es redondo, preclaro y brillante. Me llamo Ronto, huevo, les dirá la gallina que me ha empollado con el fino oído que tiene. Hace lo que puede, pero temo decepcionarla ya que, como todas las gallinas, cree que el huevo que empolla es el perfecto. Alguna vez quizá hubo una gallina mítica, que puso el huevo cósmico; pero de la empollada de mi madre no ha salido más que un poeta, lo que no es mucho en un imperio ágrafo, que aprecia más mi inferior talento de adivino. De hecho, debo a esta modesta habilidad el aprecio y la amistad de mi amigo Pacha. Cierto parentesco con su madre, la coya Mama Ronto, me une a él con lazos divinos. La sangre es la sangre. La amistad es otra cosa. Algo más humano. No quiero ser vanidoso, pero nace de la mutua admiración; él puede ser el emperador, pero yo soy un poeta. Hombre de acción, Pacha desdeña, no diré que a los hombres de letras, porque él no quiso que los hubiera; pero debe haber visto en mí a un espíritu superior, ya que soy el mejor adivino del Tahuantinsuyo, que es como decir del mundo, el huevo del mundo, ya que todo lo que es digno de existir se incuba en su interior.

Mi poder de adivinar el futuro proviene de los dioses. La competencia, desasistida, se come las uñas. Soy capaz de ver por lo menos hasta el siguiente Pachacuti, dentro de quinientos años. Puedo proyectarme mentalmente no solo en el tiempo sino también en el espacio. Las conquistas que le he proporcionado a Pacha no son pocas; y no hablo sólo de tierras, sino del corazón de pasñas ariscas, que no faltan, como la matriarca aquella de Ica, cuyo nombre recordará siempre su pueblo porque se hizo construir de balde un acueducto por el inca. Te salió caro, Pacha, le dije. Son las cosas que uno tiene que hacer para que lo recuerden en el futuro, tú sabes cómo es eso, me dijo. Yo le aseguré que las generaciones venideras, los chicos de las escuelas, las chicas escogidas de los acllahuasis del futuro, recordarían su generoso tributo al amor y a la vida, sabiendo que el corazón de las tallanas es duro como la piedra y seco como el desierto. No quise recordarle que este milagro de la memoria solo puede lograrse mediante esos signos que reemplazan las cosas. Pero no le parece bien que las quellcas hagan la realidad, porque dice que la falsea, como mis cantos, que por esta carencia se pierden para la posteridad. Manan; por nada quiere levantar la prohibición que impuso su antecesor Pachacuti VIII sobre todos los alfabetos, el de hierbas, el de los dedos, el de tocapus. Pone el fútil pretexto de que trae calamidades; pero yo sé bien que otra es la verdad. Quiere reforzar el dominio de los amos incas sobre los pobres runas, que están sometidos a la fría tiranía del número y son tratados igual que mercancías, producidas en pueblos esclavos como Pikillacta, no en vano Pueblo de Pulgas.

Esto me hace hecho pensar mucho en algo que he podido comprobar a lo largo de mi vida, que a los amos les gusta los números. Cuántas tierras cuántos trabajadores cuantos soldados: siempre los números. Por lo que concluyo que por más ordenado que sea el imperio, gracias a esos números, le falta algo que yo echo mucho de menos y que trato de inculcarle a Pacha: cierto gusto por las letras, un poco de emoción poética, algo de arte, cosas que me parece nos faltará siempre a los incas. Y tan cierto como que puedo ver el futuro, creo que en esta tierra del sol nunca brillarán grandes poetas épicos ni héroes de leyenda, como yo y Pacha, huevos míticos no wones masificados (ojalá me equivoque). Es lo que yo veo ahora, que a este pueblo-hormiga le falta un poco más de libertad, de sentimiento de lo individual, de personalidad, cosas que los runas necesitarán para enfrentar el futuro que les espera, por lo que yo me hago siempre esta terrible pregunta: ¿en qué momento se jodió el imperio?

Han aparecido algunos anuncios del terrible final que nos espera, unos en el cielo nocturno, que los astrólogos se encargan de interpretar; y otros en la cabeza de la gente, que son mi especialidad de brujo de la noche del alma. En este cargo he tenido que hacer frente a la locura de los rontopachanos, que creen que el mundo es un gigantesco huevo suspendido en el espacio. Imaginan que ese huevo tiene rutas, vericuetos, laberintos que llevan de unas tierras a otras. Lo grave del caso es que mis enemigos me metieron en la danza, acusándome de haber creado yo mismo esta Secta del Huevo. Hubo incluso algunos que propusieron a Pacha que me privara de la dignidad de Hatun Ronto y me diera el ínfimo cargo de Piscoronto camayoc (algo así como Inspector de Aves y Huevos); pero felizmente la reina madre me salvó de esta infamia. Aplacada la conjura, fui tras las huellas de estos misteriosos adoradores del huevo. Después de algunas averiguaciones pude determinar que el origen de la secta estaba en un pueblito remoto de la costa del Cuntisuyo, llamado Cumana o Camana, donde gobierna una hermosa capullana, devotamente llamada por su gente Yamilacha, y admirativamente por el mundo Cunti Coyllur, Estrella del Sur. Conocedor del alma de cántaro de los runas, entendí que el problema está en cierta característica de este pueblo, que consiste en hacer y pensar lo contrario de los demás, por lo que sitúan la yema del huevo del mundo no en el cielo, donde está el Punchau, sol de mediodía, sino en el interior, que imaginan es una bola de oro en el centro de la tierra, que llaman sol interior. Nos reíamos con Pacha en secreto de estos disparates, pero se le metió en la cabeza al hombre (“Hijo del Sol”, como le gusta que lo llame) que quería conocer a la hermosa Yamilacha, esto es organizar una campaña militar para acabar con el motín de los huevos calientes. Acuérdate -le advertí-, del tacllanazo que te dio la tallana de Ica, que se hizo construir de balde un acueducto. No te olvides, las matriarcas yungas tienen corazón de piedra. Pero el inca es cabeza dura, y sigue preguntándome si la Estrella del Sur es tan hermosa como proclama su leyenda. Olvídate, le dije, tienes trescientas sesentaicinco mujeres, así que ya no cabe ni una más en tu serrallo. Pero necesitamos pacificar el sur, que se vuelve peligroso para la seguridad del imperio, alegaba. Traqui, Won (título de nobleza, como quien dice Gran Huevo), el riesgo está en el norte, por donde se nos acercan enemigos que van a destruir el imperio.

Es cierto, el peligro viene del norte, pero dentro de un tiempo, quizá tres o cuatro generaciones. Como si los tuviera ante mis ojos, veo a unos hombres extraños, con cintura de hormiga (será motivo de risa para los runas el cinturón con que se ciñen), forrados de hierro (cosa que no impresionará mucho a nuestro último inca, que estará forrado de oro), que traerán esos signos malignos (hormigas que caminan en fila sobre una tela blanca) proscritos que el previsor Pacha VIII.

Pero tengo más imágenes del futuro en mi tabla de cristal. Son ciertas capitulaciones estipuladas entre los invasores y el dios Pachacamac, que vive en un palacio de oro en el mundo inferior. El caso parece ser que los abominables intrusos, llegados a la mitad del huevo del mundo, son conducidos ante el gran Pachacamac, que al verlos ceñidos por medio del cuerpo dejará escapar lo que los mortales conocemos de oídas como la risa de los dioses. Enfundado en su uncu de oro, Pacha, (no mi amigo, sino el otro Pacha, el dios verdadero), exclamará divertido: ¡pero qué linda cintura de hormiga lucen estos extranjeros!

Los dioses y los hombres del Tahuantinsuyo no acostumbramos ceñirnos la cintura, tan bizarra costumbre se la dejamos a las diosas y a las mujeres con la vana idea de enfatizar la curva de sus caderas. Ah, el rijoso Pacha, muy humano, sigue soñando con la cintura de avispa de la divina Yamilacha, como él dice.

En cuanto al bromista dios Pacha, cuando escuche el sonido del acero, que los belicosos visitantes saquen a relucir, inmediatamente entenderá que estos son unos bichos de un nivel técnico superior y que la suerte de los pobres runas está echada. El jefe de los hombres-hormiga le hará ver a Pacha que ha llegado la hora de cambiar la situación del hormiguero local, pues estando ante un gran pueblo-hormiga, de gente laboriosa disciplinada ceñida al orden, consideraba que estaba lista para ser enchufada al hormiguero mundial. Así acuerdan que las hormigas nativas tendrán un nuevo jefe, que no tardará en meterlas en cintura con ayuda de la tropa marabunta.

En estas capitulaciones se resolverán dos puntos esenciales para el destino de nuestro desafortunado pueblo. El primero, sobre el dispositivo individual de control, el cinturón de los runas, cuya necesidad no se discute en esta cita mítico-histórica, sino cuánto se les podía ajustar. Como bromeando con el rudo jefe de los hombres-hormiga, que seguía mohíno por el divertido efecto que su presencia había causado, Pacha le dijo que podía ajustar el cinturón de los runas todo lo que le pareciera, mientras la cosa no se pusiese color de hormiga. Fatal decisión. La segunda, sobre el dispositivo colectivo de control, el cinturón social que formaba parte de la empresa de dominio de la naturaleza y de los hombres-hormigas nativos emprendida por los invasores. Para siempre, piden estos; pero, felizmente, a Pacha le parecerá que hasta para él es mucho tiempo, así que lo ajustan en quinientos años. Cumplido este plazo podrán decidir los runas si quieren aguantar un nuevo ajustón del cinturón de control, o si prefieren dejar de ceñirse a pie juntillas por la técnica, las letras y los números de los amos extranjeros. Así quedará asentado en los quipus diplomáticos y en las actas notariales, que se levantarán para dejar constancia de tan trascendentales acuerdos,

Estos cambios se producirán en momentos de estrecheces pavorosas o cinturas de la historia, marcadas por mortales pestes. Veo al último de nuestros grandes incas atacado por la peste, muriendo miserablemente encerrado en una cueva. Triste final para nuestros reyes, que en el principio salieron de una cueva para gobernar el mundo. Veo a los pobres runas estrechados por los cinturones de control del cuerpo, para robarles su trabajo; y del alma, para despojarlos de la memoria de su antigua grandeza. ¡Oh, dioses insensibles! Tú especialmente, Pacha, que acordarás con los invasores esas fatales capitulaciones para nuestra raza, y que por una broma tuya tendrá que sufrir por cientos de años que le aprieten la cadena de la servidumbre.

Pero he aquí una nueva cintura de avispa de la veleidosa y trágica historia, en el siguiente Pachacuti, dentro de quinientos años, que una nueva peste anunciará. ¡Por todos los dioses! Veo a cientos de miles de runas, todos ellos con la cintura bien ceñida. ¡Qué fue de los hermosos uncus que los bravos incas lucimos, de los anacos de las pasñas de breve cintura! Si ha llegado el momento de renovar el contrato, firmado entre espantos y risas, por Pacha y los invasores, entonces hay que esperar nuevos cambios en la era post pestilente que se avecina. ¿Pacha, permitirás que estos runas de correa ancha, estos wones masificados suscriban un nuevo acuerdo, con quién sabe qué anónimos amos, que los ate con un nudo ciego, esta vez para siempre, al nefasto hormiguero del género humano? Pacha, no te rías de sus desgracias, que serán las nuestras. Ya déjate de bromas, Won.


Escrito por

César Delgado Diaz del Olmo

Ensayista. Autor de Hybris, violencia y mestizaje; Garcilaso, el Inca mestizo. Publica el blog: Volcandideces


Publicado en