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PERROS DE KEIKO

Publicado: 2021-05-24

Escribía bien el perro, si adivinan a quien me refiero. En su primera novela el hombre habla de los perros en revolucionarios términos sartreanos, como una producción necesaria en la dialéctica del amo y el esclavo. Los perros son los esclavos que se someten voluntariamente a un amo. En la novela los perros del colegio militar encuentran su amo en unos tipos bestiales, que forman una organización criminal llamada el Círculo. A cambio de la protección que ésta les ofrece contra los abusos de los alumnos de quinto los perros renuncian a su libertad. En la ficción electoral pasa lo mismo, algunos perros citadinos, asustados con el cuco del comunismo, están dispuestos a someterse a un amo que los proteja. Pareciera que se tratara no de elegir a un presidente sino a un amo. Así la democracia pierde su última ilusión: la ilusión de la libertad.

En esta otra historia de perros, Keiko es el Jaguar. También ella dirige una organización criminal. Ya no es cosa de robar exámenes, vender licor y cigarrillos, manducarse cadetes y tirarse gallinas, sino de despojar con mano dura los bienes públicos, zamparse las instituciones, acabar con la dignidad de las personas, tirarse a la gallina de los huevos de oro del estado. Como el Jaguar, que tenía sus perros fieles, Keiko también tiene los suyos, que se han ofrecido para servirla.

Primero el marqués de Vargas Llosa, título que suena en la capital virreinal, pero no en Arequipa, ciudad profundamente republicana. De látigo de dictadores a perro guardián de una candidata a dictadora, es para llorar. Aunque lo anunciaba su antigua admiración por las mujeres fuertes. En sus novelas destacan la Chunga, que regenta la segunda Casa verde; Merceditas de Lituma en los Andes que, aunque tiene un-carácter-de-mierda, Carreñito la quiere a rabiar; y la más brava de todas, la niña mala de la novela a la que da nombre, que trata como a un perro a Ricardito, que es el propio Mario en profética figura de esclavo. En la política el hombre también encuentra a la mujer fuerte en la figura de la Thatcher, la “Dama de hierro”, de la que podría haber dicho lo que Carreñito de Merceditas: “Todo lo que es y hace me gusta”. El problema es que Keiko no es la mujer fuerte de los Proverbios de Salomón, modelo de virtudes, sino todo lo contrario, ya que tiene las uñas largas como de aves de rapiña y la mano dura como siglos de piedra lista para acogotar al país.

Lejos está el tiempo en que para el nobel arequipeño la literatura era fuego, cuando escribía contra el poder, porque para él ahora la literatura es guau guau, sometimiento al orden establecido. Lo peor, claro, es que quiere que todos ladremos al unísono, contra el perro intruso, que parece salido de las páginas de una novela indigenista, Los perros hambrientos.

Luego están los otros perros de la jauría keikista, como Cuateriano, el que esperaba luz verde de esa otra mujer fuerte que era Nadine; el mastín de Rospi con su arnés de perro con la correa gastada por tantos otros amos que antes sirvió; y aquel perro de presa con cadena y cilicio al que habría que poner bozal; y el quiltro que plagia ladridos porque ya no puede morder; y la infinita jauría de fujitrolls, que son lo que parecen, perros rabiosos. Y la TV que muerde las extrañas del país, como en una guerra civil.

Consuela saber que las organizaciones criminales pueden ser destruidas. En el mundo de la ficción cuanto menos, donde el teniente Gamboa asesina-al-círculo, como en la realidad intenta infructuosamente hacer con la banda de Keiko el fiscal Pérez, otro tipo reglamento, pegado a la letra de la ley. Y pensar que un día el hombre en su juventud fue un rebelde, del que es una prefiguración el poeta Alberto que se enfrenta al Jaguar, y que luego representa negativamente Zavalita, quien soltó la famosa frase aquella de “en qué momento se jodió el Perú”, típica de un caviar comunista a quien le parece que las cosas en el país andan mal, mientras que Keiko nos dice que vivimos en el mejor de los mundos, en un paraíso de donde los sucios comunistas nos quieren echar.

Keiko inspira un amor de noventa grados, con la parte superior del cuerpo paralela al suelo. Era la posición de castigo en el colegio militar, la de ángulo recto, para recibir una patada en el trasero. Resultaba el mal menor para quienes no querían que les bajaran puntos. Así que el teniente Gamboa les decía: “Como ustedes prefieran. Ángulo recto o seis puntos. Son libres de elegir”. Es lo que ahora pasa en las elecciones, que algunos eligen el ángulo recto, la sumisión. Podría llamarse amor al castigo. Pero como dice Gamboa somos libres de elegir.


Escrito por

César Delgado Diaz del Olmo

Ensayista. Autor de Hybris, violencia y mestizaje; Garcilaso, el Inca mestizo. Publica el blog: Volcandideces


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