Indeciso sobre mi voto en las elecciones fui a visitar a mi amigo Froylán, con la secreta intención de hacer exactamente lo contrario que me aconsejara, ya que está internado en una casa de salud mental. Razoné de la siguiente manera: si él está loco y yo estoy cuerdo entonces lo que opine estará equivocado. Además, el hombre es camanejo, esto es contreras, por lo que no hay más que dar vuelta a lo que dice para poner las cosas derechas. Tengo que decirles también que es un lacaniano, no de los peores, ya que se deja entender; pero sí de los que se toman muy en serio sus estudios, tanto que ha terminado en el manicomio.

Lo encontré muy alegre, sentado bajo una sombrilla, en el jardín de la casa de reposo, situada en un lugar de la apacible campiña arequipeña. Pero al verlo reírse a solas temí que estuviera sumido en uno de sus ocasionales accesos de demencia hilarante. Me tranquilicé al enterarme por él mismo que se reía de un chiste que le había contado otro loco. El mexicano entra a la iglesia en plena misa, camina haciendo sonar las espuelas por el centro, la gente le dice “el sombrero”, para que se lo quite. “El sombrero”, le repiten mientras sigue avanzando. Cuando llega adelante, se da la vuelta, se quita el sombrero y anuncia: a pedido del amable público, cantaré “El sombrero”.

—¿A que no sabes que el sombrero es un símbolo fálico? —me preguntó—. Sí; el sombrero es un genital masculino con su parte media enhiesta y las dos partes laterales colgantes. Ja, ja, ja.

—Entonces, Pedro… —no pude evitar reírme.

—Efectivamente, los locos nos damos cuenta de cosas que los cuerdos no alcanzan a ver. Así que nos matamos de risa viendo a Pedro con su sombrero chotano. Es el ídolo de los locos.

Me confió Froy que los locos viven las elecciones a su manera, esto es, no racionalmente (lo último que les interesa son los programas), sino emocionalmente. La diferencia que encuentra entre ellos y la gente normal es el nivel de profundidad de sus inmersiones emocionales, que en ellos llega a los estratos más profundos del inconsciente. Esto produce una distorsión de los conceptos de elecciones y sufragio. Sobre esto último me puso un ejemplo chocante, el de un conocido músico arequipeño afectado de satiriasis, para quien la elección (del objeto sexual, la única elección en su caso) conduce necesariamente a la urna sexual.

Me contó también que en las anteriores elecciones presidenciales los locos habían votado por “el viejito de las pelotas”, como lo llamaban. Todo porque en una visita al mercado San Camilo había dejado que una choclona le agarrara las pelotas. Recordó también el caso de una colega suya de cuando enseñaba en la facultad de psicología, que manifestó su predilección por el joven Alan García, en su primera candidatura, diciendo que ella hasta “le lavaría los calzoncillos”. Después me hizo notar que los presidentes más populares eran mujeriegos. El tal Alan García y el tal por cual Fujimori.

—En política, sin este atributo estás muerto —opinologó—. Te pongo algunos casos, patéticos. Paniagua, hombre inteligente, honesto, trabajador; pero sin asomo de sex-appeal. Marco Arana, sin genio, sin figura, un cura hasta la sepultura. Y para imantar a las multitudes no hay que ser necesariamente un tipo pintón como Alan García de joven. El caso de un gobernador-filósofo que tuvimos en Arequipa, feo como Sócrates, pero que sintonizaba muy bien con las choclonas de los mercados. Para desprestigiarlo, sus enemigos publicaron un volante con la relación de sus supuestas amantes. Algunas secretarias protestaran, pero no por otra cosa sino porque no las habían incluido en la lista. Como decía Milán Kundera, las mujeres no buscan hombres hermosos. Las mujeres buscan hombres que han tenido mujeres hermosas. Es el caso del “cholo sagrado” que consiguió no exactamente una mujer hermosa, pero sí una gringa que lo adoraba.

—¿Y Pedro? —pregunté interesado.

—No tiene una pinta que impresione, pero cuenta con un símbolo que levanta su exigua figura, al sombrero, prenda relegada al campo. Aunque hay preferencias regionales, en el norte el sombrero de ala ancha, en sur el ceñido chullo. Ambos tienen el mismo simbolismo sexual. Esto se nota bien en el nombre del chullo, que incluye el componente ullo, en quechua ‘pene’. Se diferencia del famoso gorro frigio, símbolo revolucionario, en que el chullo nativo tiene orejeras, que cuelgan. Había un partido regional que tenía como símbolo el chullo. A los locos les encantaba su lema, “El chullo con orgullo”, porque les sonaba a “El ullo con orgullo”.

—Pero ¿a qué les suena el sombrero de Pedro a los que se ponen bajo su sombra?

—Supongo que representa el empuje andino, que contra todo poder levanta cabeza.

—¿Un pene? —dije incrédulo.

—Recuerda que hablamos de los idos, de los locos, cuya residencia psicológica está en el inconsciente, que es como el Perú profundo de la mente, un territorio desconocido. Como ahí el lenguaje está simplificado al nivel de comprensión de un niño o de un primitivo, el sentido de la palabra empuje se reduce a ‘pene’. Aunque por la represión el ‘pene’ no puede mostrarse directamente como tal, sino indirectamente mediante un símbolo que lo disimule, en este caso el sombrero. Así es como este elemento material puede representar, por ejemplo, la idea de empuje serrano, con sus altas cordilleras y todo. Cuando a Pedro le dijeron que en el centro de Lima se alzaban unos postes muy altos en su contra, no pudo creerlo y fue personalmente a verificar que no eran más elevados que la copa de su sombrero, que representa la cumbre más alta de la rebelión contra el poder, la cordillera de la indignación popular, el Huascarán del pundonor popular, el cerrón del dogmatismo y el autoritarismo estaliniano.

No sé si debo extenderme en las explicaciones de Froy, pero creo que alguna es necesaria. Como esta de la idea de ‘empuje’, antes usada por los románticos alemanes, que pusieron a su movimiento revolucionario en las letras el nombre de Sturm und Drang, que significa "tempestad y empuje". Me explicó que, en nuestro caso, la tempestad y el empuje andinos, si se planteaban, debieran serlo no por las montañas precisamente sino por lo que estas simbolizan como espectáculo imponente si es tempestad (Tempestad en los Andes) y como impulso a lo elevado cuando se trata de los ideales de justicia, igualdad, libertad, si es empuje hacia estas cumbres de la realización humana.

—¿Y el lápiz? —le pregunté.

—También es un objeto fálico, para los locos me refiero. Un falo por su forma cilíndrica, que erguida representa no solo el saber sino también el poder. En el inconsciente es el bastón de mando del varayoc, el cetro de las antiguas divinidades de Chavín, Nazca, Tiahuanaco, que parecen serpientes monstruosas.

—¿Cómo el lápiz que espantó a Keiko en una entrevista en televisión?

—Efectivamente —me explicó—. Como si viera una serpiente.

—¿Los locos vieron eso? —le pregunté.

—No solo lo vieron, sino que lo entendieron perfectamente.

—¿Qué entendieron? —pregunté para estar seguro

—Qué era un subrogado del pene de Pedro. Los locos no son muy sutiles. Tampoco muy delicados, así que soltaron el trapo a reír.

Como por la noche iba a realizarse el debate presidencial, al despedirnos apostamos sobre si Pedro llevaría puesto su famoso sombrero. Ganó la locura.

En el primer debate en la plaza de Chota me chocó que Pedro entrara con la pata en alto, soltando, en el día del trabajador, la ocurrencia de que su contrincante nunca había trabajado en su perra vida. En el segundo debate fue ella quien entró con la pata en alto. Escuché que en otro cuarto mi hija decía, con su dejo arequipeño: “La Keiko ha ido con una piedra”. Temí que la locura de la madre, según Fujimori, se le hubiera pasado a la hija.

Hoy día he recibido unos alarmantes correos de Froylán. Los locos están muy nerviosos, hay un ambiente de alboroto en el manicomio. Me dice que están obsesionados con la idea de hacer ensayos de votación con urna, que los locos la miran con deseo como si fuera la propia urna sexual. Hay peleas entre los dos bandos, que se han armado los del lápiz con palos y los otros con piedras. Los enfermeros han tenido que distribuir calmantes y recurrir al uso de camisas de fuerza.

Me cuenta también Froylán que sus ex colegas psiquiatras le han pedido su ayuda para calmar a los locos, que se han alborotado más con unas fotos de cierto contenido sexual de los candidatos. En una se ve a Keiko con una ropa ajustada, con la leyenda: “Ni aun así me convences”. En la otra fotografía se les ve a los dos candidatos en ropa de baño, favorecidos con Photoshop, abrazados, pero en una posición extraña. Keiko está prendida a su espalda. No lleva leyenda, pero esta le encajaría: “Montaje en torno a una comedia”.

No he conversado con Froylan sobre el significado de estas fotografías, así que con cierta vacilación les suelto mis peregrinas razones de opinante. Aunque esto que digo tampoco es cierto, ya que me muero de ganas por darles mi opinión. A veces pienso que soy un opiniómano, alguien adicto a dar sus opiniones. Tengo que conversar de esto con Froy. Espero que no me recomiende que me interne en el manicomio. O que me imponga una cura de silencio. Es esta la muerte para los doxoforos, los opinadores, despreciados por Aristóteles.

Intentando pensar como Froy diré que esas fotografías son una interesante muestra del pansexualismo andino, que se nota en la lengua quechua tal cual la habla la gente del pueblo, que son los únicos que la hablan. Porque no es una lengua que los doctos hayan podido pulirla, podarla de crudezas. Cierta percepción erótica inconsciente, propia del hombre andino, hace que este vea a Keiko como una mujer, incluso deseable. Y a Pedro como un Inca, palabra esta que en quechua evoca la imagen del joven galán, como se ve en la fotografía.

Y no quiero decir que el hombre andino sea una especie de “homo eroticus”, pero admitirán que es extraño que pueda erotizar algo tan aséptico como las elecciones, como hacen los locos, que están obsesionados con la “urna sexual” y con las fotografías de los candidatos en ropa de baño. Pero si la gente del sombrero, los seguidores del lápiz (Inca Ullu), por ciertas características psicológicas arcaicas, miran las elecciones con un primitivo enfoque genital ¿qué sucede con los sofisticados citadinos? Pues estos tampoco las perciben de modo aséptico; pero sus perversiones no van por el lado de lo genital sino de lo anal. Aquí tengo que citar a un loco muy lúcido, valga el oximorón, que en las elecciones de 1990 expelió esta frase famosa refiriéndose al triunfo de Fujimori: “El Perú se tiró un pedo”. ¿Y hoy cómo van las cosas? ¿El país está a un paso de tirarse otro pedo? Y no me refiero a Pedro sino a la hija del gran pedorrero.

¿Les extraña ahora el enfoque sexualista andino, crudamente natural, venido del Perú profundo? Porque hay que admitir que algo pasa en las ciudades con la sexualidad. Lo digo porque en las últimas elecciones presidenciales estuvo a punto de ganar un sujeto célibe, tan virgen de viejo como el día en que su madre lo parió. Froy comentó este hecho anómalo con un chiste de esos que vienen con pregunta: ¿Tú sabes por qué les gustan a las mujeres los curas? Me aclaró que se refería a los curas de antes, los que usaban sotanas. Como no se me ocurría una respuesta dijo haciendo el gesto correspondiente: “Porque tienen la bragueta muy grande”. Pero no es el caso de Porky, que está fijado a la fase anal, ya que para todo usa la palabra “porquería”. Y como el dinero, para los locos, es excremento, asocian al tío este, que es millonario, con el “lucro inmundo” del capitalismo. Y dado que la corrupción huele mal, como el autoritarismo, todo lo meten en el mismo saco de la sexualidad sádico-anal.

—¡Imagínate qué tal pedo se hubiese tirado el país si elegía a semejante idiota! —exclamó Froy.

—Que se lo queden los limeños —comenté como arequipeño.

Esto me hizo recordar lo que me dijo en otra ocasión Froy cuando le pregunté por qué no ganaba Pedro en las ciudades pobladas mayormente por emigrantes serranos.

—Un asunto de travestismo —me dijo sibilinamente—. Te lo explico con un ejemplo. Estas cosas solo pasan en Lima. En El reventonazo de la chola, la envejecida chola Chabuca presenta a la novel cantante amazónica llamada Uchulú. Como dice Lewis Munford, la función de la ciudad es albergar las diferencias. Arguedas, por ejemplo, al mantener en la Capital sus costumbres serranas estableció una diferencia con los blancos citadinos. Pero ahora la diferencia es una ilusión, con la que se puede jugar, como hacen la chola Chabuca y la Uchulú. El travestismo en su caso opera en el terreno sexual, pero no en el de la identidad étnica o regional que es reafirmada. Uno imita a una mujer serrana, el otro a una mujer amazónica.

—¿Pero ¿qué tiene que ver eso con los emigrantes? —pregunté.

—Muy simple. El travestismo en su caso es social, el emigrante juega a ser blanco. Este travesti hace lo contrario de Arguedas, anula las diferencias. El limeño, por definición, es blanco. Al contrario de nosotros, en México el que nace en la capital no es por definición blanco sino nativo, como los aztecas que eran serranos y despreciaban a los habitantes de las tierras calientes. Aunque supongo que hoy se encuentra allá también travestis blancos.

—Pero el lápiz nunca muere —recuerdo que argumenté absurdamente como si hablara de loco a loco.

Puse el caso del nombre Uchulú, formado por uchu, ‘ají’ en quechua. Esto resulta significativo por algo que traté de explicarle a Froylán. Mencioné la costumbre del antiguo teatro chino de que los papeles de mujeres fueran desempeñados por hombres, porque lo hacen mejor, ya que las mujeres se olvidan de cosas que caracterizan a las mujeres. Me pidió Froy que le dijera qué es lo que la Uchulú haría mejor que las mujeres. Le dije que es algo que se echa de menos en las reprimidas urbes, y es la gracia picante de las mujeres amazónicas. En cierto sentido entonces la tal Uchulú representa el papel de mujer mejor que las mismas mujeres, las corrige en algo que ellas han olvidado, su atractivo sexual. Lo mismo sucede con los travestis blancos, que representan el papel de blancos mejor que los mismos blancos, que se olvidan a veces de mostrar su poder de dominio sobre los demás, que tiene un atractivo irresistible.

Ricardo Palma oponía a la expresión figurada de “bello sexo”, con que se aludía a las mujeres en aquellos tiempos galantes, la de “feo sexo” para referirse a los hombres. Lo bello atrae, hechiza, tiene poder. El travestismo es el tributo que el feo sexo paga al bello sexo. Lo mismo pasa en el negado mundo de las razas, donde hay una bella raza, la de los blancos, y una fea raza, la de color oscuro. Pero el travestismo social, que vive en un mundo ilusorio, niega la diferencia. Lo contrario de Arguedas, que la afirmaba. Él, que pudo pasar por blanco, quiso ser diferente asumiendo la fea raza india, la que contribuyó a embellecer. En esto siguió a Garcilaso que hermoseó la historia y la raza nativas creando el mito maravilloso del imperio de los incas.

Me preguntarán qué tiene que ver todo esto con Pedro, su sombrero y su lápiz. Hay cosas que la gente normal no entiende, pero que los locos captan al vuelo. Ellos viven en ese territorio desconocido del Perú profundo de la mente, como en menor medida también los campesinos y los provincianos, por lo que de alguna manera perciben el mensaje secreto de las lenguas antiguas que hablan del poder creador del sexo que conciben como un encuentro violento, igual que las elecciones, que se las imaginan como erecciones, en el sentido de erigir o fundar algo.

Y como el tiempo es circular, puede que en sus comienzos el Perú se haya tirado también varios pedos de resonancia cósmica antes de que Manco Cápac y Mama Ocllo se tiraran el gran polvo fundador. Pudiera ser incluso que los símbolos de unión se estén repitiendo, y que el lápiz de Pedro fuera en el origen la varilla que hundió Manco Cápac en Pacaritambo. Supongo también que Manco Cápac era joven, y que tuvo que enfrentar a los viejos lesbianos de su época, que como los de ahora solo saben tirarse pedos y lavar calzones ajenos. Imagino también que se enfrentó a las fuerzas conservadoras de los magos y hechiceros, que confiaban en el poder omnipotente de la palabra y del pensamiento, como sucede ahora con los dueños de los medios.

Por esto me llama tanto la atención que la gente crea lo que se dice de Pedro, que quiere imitar modelos extranjeros cuando nosotros tenemos un modelo propio, antiguo como el Perú. Así que no me parece que haya que pensar en un inverosímil comandante Pedro, sino más bien en una especie nativa de líder nacional que asuma la diferencia que nos caracteriza y que funda nuestra identidad. Mil años de historia nos observarán el día de la elección del Bicentenario.

Pienso en la fotografía que tiene de cabeza a los locos, donde se ve a Keiko montada sobre Pedro. Froy me ha dado una interpretación que ustedes evaluarán si es convincente. Haciéndose el misterioso, dice que el verdadero mensaje está en clave. Para descubrirla ha echado mano a una técnica que tienen los psicoanalistas y que se llama “interpretación por lo opuesto”. De acuerdo a ella habría que entender que no es Keiko quien está montada sobre Pedro sino al revés, esto es que Pedro se la está tirando. El inconsciente es endiabladamente astuto, así que esconde sus verdaderos deseos. Los locos, que todo lo toman a juego, ya han inventado uno de sentido sexual que llaman “meter la piedra a Keiko”. Pienso que quizá se le debía esta compensación al país, por la yuca que le metió su padre. En todo caso, me parece que antes que un pedo, es mejor tirarse un honrado polvo, que nos ponga de cara y no de culo frente al Bicentenario.