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MENSAJE A MI PUEBLO

Publicado: 2021-06-05

No es cierto que estoy dormido, como dice la canción. Los poetas tejen mentiras, una tras otra, porque también dicen que soy mudo. Quizá tengan razón, pero es mejor para ustedes que sea así, porque cuando hablo me hago sentir. La última vez que alcé la voz causé tal espanto con mis bramidos que la gente creía que había llegado el fin del mundo. Fue tanto el miedo que el mismo Inca tuvo que venir a sosegarme. Pachacuti, irguiéndose sobre sus andas, me lanzó con su honda unas bolas de oro, que recibí como una ofrenda y me calmé.

Cuando desperté un siglo después, las cosas habían cambiado. Los hombrecitos de tez oscura, que durante miles de años me miraban reverentemente y que hasta me adoraban, habían sido conquistados por unos hombrecitos blancos, muy presuntuosos, porque me negaron las ofrendas a las que estaba acostumbrado. La verdad es que esto a mí no me importaba, pero otros Apus se resintieron, y acordaron unirse para expulsar a esos bichos blancos. Me pidieron que les ayudara en esta tarea de fumigación. Me negué por una razón sentimental y es que me habían bautizado, con el nombre de Francisco, que nunca me gustó, por lo que me quedé con el nombre nativo de Misti, que en la lengua de los hombres oscuros significa Señor.

Me agarró luego un largo sueño de doscientos años. La verdad es que los hombrecillos blancos me aburrían. Sus poetas cantaban las bellezas de otros paisajes, de otros cielos y, lo peor de todo, de otras montañas, ¡qué locos!, teniéndome en su delante a mí, el majestuoso, el único, el poderoso. Creo que lo que me despertó fue el oír de nuevo la música de los primeros hombres oscuros, que celebraba la vida potente y elevada que yo representaba. Después de mucho tiempo volvía a escuchar cancioncitas amorosas, compuestas esta vez por el poeta Mariano Melgar, de tez clara, pero de oscuro espíritu mistiano. Se dice que los yaravíes son tristes, pero la verdad es que no dejan de hablar del amor, cosa que la elite blanca parecían haber olvidado.

Lo triste fue la muerte de Mariano Melgar y el hecho de que la Independencia no trajera un cambio en la vida de los hombres oscuros, por lo que me desinteresé de todo durante los siguiente doscientos años de la república blanquiñosa. Quisiera aclarar que, a mí mismo, que he provisto de sillar a la ciudad, para que se construya palacios e iglesias, no me gusta el sobrenombre que le han dado de Ciudad blanca. La verdad es que hubiese preferido que mi sillar fuera rosado, o que se pintara con ocre, como se hacía antes. El sillar blanco me recuerda mucho a los tagarotes blancos, que diré francamente no los puedo sufrir, salvo honrosas excepciones, como Melgar, un blanco venido a menos. Creo que, si se tratara de elegir entre una de las rocas de las que está construida la ciudad, elegiría el granito de los adoquines de las calles, con los que antes los oscuros hombres del pueblo hacían sus barricadas.

Tan cierto es que prefiero las rocas de granito que le he regalado una a Keiko. En estos días del Bicentenario, que me encuentran despierto y malhumorado, estoy deseando poder hacer algunos más de estos presentes. A Vargas Llosa, por ejemplo, a quien considero un gran escritor, que me ha traído el premio Nobel; pero creo que en materia de política el hombre hace mucho tiempo ha dejado de ser un rebelde como Melgar.

Era otro el Mario que hasta a mí me mareaba cuando describía en su primera novela la violación de una gallina, que por mis conocimientos milenarios andinos supongo que es la gallina que puso el huevo cósmico. El padre de este estropicio místico era Cava, el serrano, que le dejó a la gallina adentro una tremenda piedra. Esto me dio la idea de hacerle un presente a quien sus enemigos llaman “Huevo de serpiente”, supongo porque es un peligro en germen, una amenaza que ya se deja ver a través de la fina membrana que envuelve el reptil en ciernes.

Otra cosa que me gusta de la primera novela de Mario es que habla de mi figura, que es la de una carpa, que se yergue contra el cielo arequipeño. Tengo cientos de miles de años, pero si observan mi bella estampa notarán que sigue siendo la de una carpa perfecta. Viéndome se darán cuenta, si piensan un poco en ello, que mi cumbre enhiesta es un reto inmortal e invencible a la impotencia humana, por lo que los sencillos hombres oscuros rendían culto a mi formidable poder. Un volcán como yo no degenera en un viejo lésbico, que se hunde en ensueños de impotencia y en utopías conservadoras, como Mario.

Sigo llorando la muerte de Melgar; muerte por amor, a la Patria y a Silvia, como reza la canción. Fue su bandera, que mantuvo enhiesta. A eso llamo yo hacer carpas, a mantener en alto los ideales. El Boa de la novela de Mario hacía carpas marchando, quiero decir que el bestia levantaba la bragueta. El poeta Alberto lo hacía concentrándose. Es cuestión de voluntad. Y en esto Melgar es el más grande, el que mejor me ha imitado haciendo carpas, que eran para él los ideales. Marchó a la guerra por ellos, pero murió en la helada llanura puneña de Umachiri.

¡Ideales! Los hombres oscuros podrían darles lecciones a los hombres blancos. He visto a aquellos moviéndose a mis pies desde hace diez o veinte mil años (segundos más o menos en mi cuenta geológica del tiempo), no como vagabundos, sino como dignos héroes errantes. Aquí tengo que desmentir a la arqueología, que imagina a estos hombres buscando cobijos rocosos, porque lo cierto es que andaban muy campantes por las llanuras, alzando sus carpas. Esta es una palabra que he escuchado mucho tiempo antes de que llegaran los blancos. Si el Boa de la novela levantaba carpas marchando, los hermanos Ayar del mito levantaron otras más altas en su larga marcha hacia el Cuzco. Puede decirse de ellos que eran héroes fálicos, en permanente estado de erección; erguidos sobre la llanura. Pero, permítanme que les pregunte, ¿los invasores de tierras en las ciudades, que alzan su carpa en el desierto o en los cerros, no son también héroes errantes? ¡Porque vaya si levantan la carpa, tanto que ya los tengo a mis pies por miles!

Yo estoy con estos héroes empeñosos que levantan carpas, no con los ricos carcamales blancos que ya no pueden levantarlas, y que prefieren soltar claros pedos, que dicen, aunque yo no lo creo, que huelen menos. No me importa que sean limeños de entraña aristócrata, pero me duele francamente que esté entre ellos Mario, que ha nacido a mis pies.

Así que digo bien claro que estoy de parte de los descendientes de los hombres oscuros, que quieren volver a caminar erguidos por su propia tierra, que quieren si no echar a los blancos ricos y roñosos de sus ciudades por lo menos zanjar cuentas, estableciendo un tipo de diferencia que los separe de ellos. Porque les digo que no deben creerse el cuentazo del mestizaje, que es el dominio de una raza o cultura sobre otra. Así que mejor mantener separado lo que debe estar separado. Observen mi caso, que me encuentro, puede decirse, entre la tierra y el cielo, bien afirmado en la realidad, pero con la mirada puesta en los altos ideales. Quiero decir que tengo algo que ustedes debieran buscar: identidad. Pueden contemplar mi sólida mole y darse cuenta que no me queda ancho decir: Yo soy el que soy. Mis huayquis, el Chachani y el Pichupichu también tienen su personalidad, pero nos parecemos en que nos sentimos parte de esta tierra. Nuestras raíces telúricas son tan profundas como puedan imaginar. Amamos la raza fuerte de los hombres oscuros que antes nos ofrecían sus sacrificios, y que dentro de mil años seguirán poblando estas tierras. Y no es que nos importen sus homenajes, pero nos alegraría que las nuevas generaciones de arequipeños nos ofrendaran sus mejores aspiraciones, sus ideales, cosas que nos pertenecen porque es lo que quedará de sus efímeras vidas, y que sabremos guardar para la eternidad.

Ya sé que Pedro es un oscuro hombre del pueblo, bastante mal preparado, etc.; pero hay que saber mirar a los lejos como yo, que desde mis alturas puedo divisar el mar. Y lo que veo no es un hombre sino un camino, que es necesario empezar a recorrer. Ya les he hablado de las carpas que levantaron los hermanos Ayar en el camino al Cuzco, con el objeto de hacer algo grande, que resultó siendo el Tahuantinsuyo. No digo que Pedro sea grande, sino que ustedes pueden crecerse frente a este reto. Los jóvenes pueden hacer carpas marchando, esto es mostrando su vigor y empuje. Aparte de Cerrón, la banda de Keiko es el pedrón en este camino, que podría llamarse místico, porque yo se los inspiro. En estas elecciones no hay claroscuro: es claro o es oscuro. Lo mismo pasa con el mestizaje, que es un claroscuro del más fuerte contraste. Y en esto también hay que elegir. A Melgar le costó la vida elegir. A Mario la muerte, por lo que a mí respecta. Que mi poder los acompañe.


Escrito por

César Delgado Diaz del Olmo

Ensayista. Autor de Hybris, violencia y mestizaje; Garcilaso, el Inca mestizo. Publica el blog: Volcandideces


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