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LOS QUE FRACASAN AL TRIUNFAR

Publicado: 2021-10-03

Froy se hubiera divertido viendo lo que pasa hoy en el país. Me refiero, por si acaso, a mi amigo Froylán, que lamento decir que falleció por la peste aciaga. Fumador empedernido, prefirió ser convertido en cenizas, que fueron esparcidas en el mar de Camaná, la tierra que lo vio nacer hace casi un siglo. Le hubiera divertido ver a Rosa María Palacios llamándola bruta a Sigrid Bazán, ignorante a Verónica Mendoza. Recordando que antes la pugnaz abogada se había agarrado de Roxana Cueva, hubiese podido decirse Froy, atusándose la barba: ¿Qué le pasa a esta tía? Síndrome de Betty, la fea.

Seguro que le hubiera gustado también ver al doctor Max Hernández hablando de niñas voluptuosas que se le insinúan, esto es que le piden su firma. “Me parece maravilloso. Me parece maravilloso lo que Ud. dice (le dice a Anuska Buenaluque). Pero. Oiga. Le cuento, un día vienen con una planilla a que yo la firme y le digo: No. Creo que no voy a firmar. ¿No? Pero lo único que quiero es su firma. Ah, caray. Era lo único. No sé qué quería. Pues, de repente si hubiera sido una niña, hubiera pensado algo mas voluptuoso. ¿No? Pues lo otro me angustia...Entonces. ¿Cómo es posible que alguien diga ‘solo tu firma’? O sea que mi firma la puedo dar al desgaire” (https://www.youtube.com/watch?v=aKSSY62AGhI)

Froy captaba al vuelo el sentido inconsciente de expresiones como “de ser una niña, hubiera pensado algo más voluptuoso”. Seguramente entendería que para don Max el acto sexual es de dos clases, el que lleva firma (la que se legaliza en el matrimonio) y el que va sin firma (un polvo al desgaire). Este último es el caso del Inca Garcilaso, que nació sin firma, fuera de la legalidad. Queriendo apoderarse del Nombre-del-padre falsificó su firma, y con su pluma (¿su lápiz) se hizo a sí mismo. Es lo bueno de los Comentarios Reales, diría don Max, que es un libro con firma.

También le hubiese interesado leer en el último número de Hildebrant en sus trece un inesperado Texto imprescindible: El mujeriego Napoleón. ¿Qué pinta aquí Napoleón?, se habría preguntado el psicoanalista camanejo. No puede habérselo sugerido el presidente Castillo, que ni tiene sentido de mando ni es mujeriego, salvo que Hildebrant quisiera ironizar sobre estas falencias. Deduciría luego que la elección del tema tenía que ser entonces por un motivo personal: la publicación de su reciente libro: Confesiones de un inquisidor. Sabiendo que es obra de su mujer, Froy habría concluido que estas confesiones tendrían un gran vacío: el de la vida amorosa de nuestro severo Catón. Para llamar discretamente la atención sobre esta carencia, Hildebrant habría publicado El mujeriego Napoleón, con quien se identifica por las cosas que le faltan al chotano, y por algo que caracteriza a los tres: que son chatos. Chatos que llegan alto.

Aunque las chatas también, se diría Froy pensando en la mistiana Chichi . Fue una de las reporteras de Hildebrant, y de paso su amante. Ahora habla pestes de ella, pero si una pulga escribiera sus memorias no dejaría de figurar en un lugar destacado. La verdad es que las memorias sobre el mujeriego Napoleón al final le aburrieron a Froy, que hubiese preferido quizá las del mujeriego Sartre, que también era chato, o las del chato Barraza que las prefería en caja y en rumas, me refiero a las chelas. Todo en grande.

Pero de lo que quería hablarles es de los que fracasan al triunfar, una paradójica idea que se le habría ocurrido a Froy viendo la lamentable actuación del presidente Castillo. Porque habiendo triunfado, hace ahora todo lo necesario por fracasar. Para Froy esto tiene una explicación edípica: Pedro se siente culpable de ser más que su padre, un campesino pobre y analfabeto. Esto lo tortura, lo achica, lo aplana frente a quienes considera que ocupan el elevado lugar del padre, como el jefe de su partido, el “doctor” Cerrón. Lima lo aterroriza, porque está llena de cerrones, esto es de “doctores”. Sabe que ha llegado demasiado alto y que tiene que caer. La culpa que lo paraliza apura su caída, la provoca. Tiene al padre encasquetado en la cabeza, como superyó, instancia acusadora.

Froy diría que Castillo debiera aprender de Llica, el pastor de llamas que llegó a gobernador de Arequipa. Es alguien que piensa que ha triunfado en la vida, que no se siente culpable por haber traicionado al Cerrón que le alquiló el vientre, menos por ser mujeriego y borracho. No es tímido como Castillo, al contrario, es un cholo fogoso, otro Bellido. Prefiere, sin embargo, las llamas nativas a los caballos de los conquistadores. Llica se presenta como indigenista, pero resulta evidente que es de los que dan su firma al desgaire. Pedro es del pueblo, pero el suyo es un gobierno sin firma, sin carácter, propósito ni destino. Uno se pregunta ¿para qué diablo entonces tiene el lápiz, sino es para estampar su firma, rúbrica y signo personal?


Escrito por

César Delgado Diaz del Olmo

Ensayista. Autor de Hybris, violencia y mestizaje; Garcilaso, el Inca mestizo. Publica el blog: Volcandideces


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