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CASI MÍTICO

Publicado: 2023-01-18

Hace tiempo tengo la impresión de que veo la realidad como película; ésta fraguada por tres o cuatro dementes: “¡Mamita, los puneños!”. Pudo ser una noticia hace mil años, cuando los dioses pensaron que quizá podían crear el mundo en Puno; sopesaron todas las posibilidades y, contra toda poesía, decidieron que el Sol emergiera de la oscuridad primigenia por el lago Titicaca. Alguien, alguna huaca lúcida, pudo quizá decir: “¡Mamita!”; pero nadie alzó la mano para manifestar sus dudas sobre este disparatado proyecto de poblar el mundo de puneños. Porque se trataba de un vasto plan divino: hacer el modelo o arquetipo de todos los peruanos (que después serían) de barro altiplánico, para luego replicarlo en todos los rincones del vasto país en ciernes. Y este fue un proyecto que se digitó en las alturas, entre dioses que no parecían dementes. Quizá haya pesado en esta decisión el que Viracocha sea puneño, un hecho que marcaría el destino de la humanidad (entonces el mundo era el Perú).

Los designios de los dioses son insondables, pero ahora sabemos que tenían entre manos un gran proyecto: primero Tiahuanaco, luego Huari y, la cereza del pastel, el Tahuantinsuyo, un imperio ordenado y feliz, para los estándares de la época. Hasta aquí todo estaba bien, pero quedaba una duda. ¿Por qué hacer que el Sol fuera puneño? Hasta Guamán Poma, que es un chanca, creía que este fue un grueso error de los dioses. Álvarez Rodrich, de cuna chotana, parece pensar lo mismo. Realmente, a muchos no parece gustarles la predilección del Sol por esa tierra helada y triste, que hace temblar de frío a los limeños.

Aunque la gran duda es si al dios Viracocha le gustaba Puno, porque, apenas pudo, se largó hacia tierras más cálidas, acompañado de dos ayudantes. Por donde pasaba dejaba huellas, especialmente donde no lo recibían bien, cosa que sucedía con alguna frecuencia, porque al dios le gustaba presentarse como un mendigo harapiento. Así pasó en Cacha, cerca del Cuzco, donde lo recibieron mal y, en represalia, quemó el pueblo haciendo caer fuego del cielo. Aunque este gesto puede ser muestra de otro rasgo característico de los puneños, su oscuro sentido del humor. Algunos dicen que si Viracocha andaba por los caminos no es porque fuera un pobre mendigo, sino porque se dedicaba al comercio ambulante, como siguen haciendo estos fenicios de los Andes. Alumnos aprovechados de los protopuneños, los huaris formaron un imperio de comerciantes. Tras un largo peregrinaje, Viracocha llegó a las costas del Ecuador y desapareció en el mar, no sin antes anunciar que un día volvería. Una broma que sus ayudantes no debieron dejar de festejar.

Aunque el bromista en este caso es Vargas Llosa que en ¿Quién mató a Palomino Molero? parodia la partida de Viracocha. Su remedo en la novela es Matías Querecotillo, un viejo pescador, algo frión con su mujer. En la escena de la partida se le ve acompañado de sus dos ayudantes, cargando “en la lancha las redes, el cebo y la botellita de pisco para aguantar el frio en altamar”. Es la última vez que se lo ve; su mujer recuerda después el triste canto de despedida (cacharpari) que entona en la playa Palomino Molero, que “hacían sentir ganas de llorar y que electrizaba la espalda”. Desaparecido Querecotillo en el mar se queda sola su mujer, doña Adriana, una gorda apetitosa, que el teniente Silva quiere tirarse a toda costa. Simbolizaría ella la tierra generosa, de la que todos quieren aprovecharse.

Nunca vuelve Querecotillo, pero sí Viracocha en el falso mito que dice que los invasores blancos lo representan. Quizá para halagar su orgullo los nativos les hicieron creer que se tragaban este cuento; pero hace tiempo se dieron cuenta que el verdadero retorno de Viracocha es algo que está por producirse.

Ahora que Viracocha vuelve a meter la mano en el barro de la historia, y que calienta los corazones algo friones de los serranos, los limeños asustones ya pueden decir: ¡Mamita, los puneños!


Escrito por

César Delgado Diaz del Olmo

Ensayista. Autor de Hybris, violencia y mestizaje; Garcilaso, el Inca mestizo. Publica el blog: Volcandideces


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