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¿Quién le teme a la inteligencia artificial?

Publicado: 2023-06-12

Nadie, en realidad, al menos entre nosotros. Excepto el poeta Vicente Hidalgo, que desde el frente de los libreros resiste la invasión. Se queja de que la gente no lee, pero sigue organizando Festivales del libro. Quizá crea, equivocadamente, que la inteligencia natural sea una virtud de los arequipeños. En el siguiente Festival piensa incluir un urgente Conversatorio sobre Inteligencia artificial, un tema que no lo deja dormir. Sabe de sus peligros, no por lo que ha leído en los periódicos extranjeros sino por una revelación de más allá. Sucedió cuando por un paro cardiaco estuvo en estado de coma durante tres meses. Al despertar recuperó sin mengua sus facultades mentales con ayuda de la música clásica, salvo por una falla que ahora se nota en la percepción del futuro de la humanidad, que en su retiro mental la ha visto avasallada por la inteligencia artificial.

Cuando estaba dormido, según cuenta, se encontró en uno de los dudosos paraísos de los peruanos, el imperio incaico, donde era uno más de los runabots del montón. Porque le pareció que allá todo estaba súper bien organizado, que la vida era regalada, pero reglada, demasiado reglada, quizá; pero los runas eran felices, si es que los robots pueden ser felices. Sus amos o creadores no eran en realidad los incas, sino unas máquinas de pensar llamadas ceques, que rodeaban como telarañas invisibles las ciudades, pueblos y comunidades ordenando la vida de sus pobladores. Se propuso visitar al no ha mucho fallecido Tom Zuidema, que había dedicado su vida a estudiar esta complicada máquina de organizar la sociedad incaica.

Pronto se dio cuenta que se había equivocado en el rumbo de su viaje en el tiempo, ya que, creyendo ir hacia el futuro, había marchado hacia adelante, donde, para su sorpresa, había encontrado el pasado. Lo que sucedía era que estaba pensando como los antiguos runabots, que creían que el pasado estaba adelante, frente a los ojos; y el futuro a las espaldas, ya que no lo podemos ver. Así que, cambiando de dirección, reemprendió su viaje en el tiempo marchando esta vez hacia atrás, rumbo retro al incierto futuro.

Lo que encontró no fue menos terrible, la línea recta pregonada por los incas se había impuesto en el tablero mundial, la telaraña de los ceques envolvía el globo. Implantadas en el cerebro de los runabots modernos, las líneas concéntricas de los ceques partían de un centro de control mundial. Las máquinas de pensar habían convertido las retorcidas circunvoluciones cerebrales humanas en rectas y ordenadas sendas positrónicas, como diría Asimov, el inventor de las tres leyes robóticas.

En su pesadilla, Vicente Hidalgo se acordó con nostalgia de las mínimas tres leyes de los runabots andinos (ama sua, ama quella, ama lulla), pues en el nuevo estado universal se habían convertido en las prolijas tablas de la ley de masas o manadas humanas. Leyes no escritas en piedra sino en las rígidas sendas positrónicas de los runabots, perfectamente alineadas en la cuadrícula de la razón. Según esas tablas de salvación, lo que se hacía era siempre lo políticamente correcto, en todo. Más allá de las previsiones de Freud, se había establecido sobre toda la humanidad una especie aterradora de Superyó Universal. El Principio de realidad había triunfado sobre el Principio de placer; la Cultura sobre la Naturaleza; el ente autómata sobre el ser humano.

Y aunque el salir del coma dependía de la máquina a la que estaba conectado, Vicente Hidalgo consideraba que la omnipotencia del deseo es un atributo humano, realmente capaz de vencer la muerte. Quería deberle la vida al poder del propio pensamiento, no a una máquina.

En todo caso, nunca le había gustado la rígida línea recta de la prosa; como poeta prefería la flexible línea curva de la metáfora. Y lo que le dolía en el alma es que en la sociedad de autómatas felices de su pesadilla futurista, como en la República ideal de Platón, estaban proscritos los poetas. Así que se preguntaba si realmente valía la pena vivir en un mundo cuadriculado, dominado por las máquinas de leer (audiolibros), de escribir (chat gpt) y de pensar (ceques positrónicos).

Persuadido de que los libros son el último reducto de la humanidad pensante, decidió volver a donde creía ser útil, a su librería y a sus festivales del libro. Es la batalla de Vicente Hidalgo, el resucitado, contra los desaforados gigantes que ingenuamente nos parecen a nosotros inofensivos molinos de viento.


Escrito por

César Delgado Diaz del Olmo

Ensayista. Autor de Hybris, violencia y mestizaje; Garcilaso, el Inca mestizo. Publica el blog: Volcandideces


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