La primera organización criminal en la literatura peruana es el “Círculo” que dirige el Jaguar. La ciudad y los perros comienza con un delito, si se acuerdan, y termina con un ajuste de cuentas: la ejecución del traidor. Es un tema actual.

Los perros de presa de la Pestilencia hacen el trabajo del Jaguar, acosar a los renegados.

¿Y quiénes son estos? Pues los traidores de clase, como los llamaban los senderistas, otra banda criminal; considerando que “clase” es para ellos la banda misma.

Si eras pobre tenías que estar entonces con el presidente Gonzalo, sino con el gobierno ahora, que es la banda establecida legalmente en el poder. El precio de la traición era, en un caso, balas; en el otro, caca.

Y para pertenecer, casi de hecho, a la banda criminal en el gobierno solo hay una condición: haber cometido algún delito, cosa que compromete prácticamente a todos los peruanos, salvo a uno, el señor Hildebrant, que es como el teniente Gamboa de la novela. Todos los demás quizá merecemos caca. Una forma perversa de conciencia moral.